La Leyenda de la Nahuala

La Leyenda de la Nahuala

Trama

En la pintoresca ciudad mexicana de San Bernabé, una sensación de inquietud se instaló entre los residentes, especialmente entre los niños. Leo San Juan, un niño tímido e impresionable de nueve años, fue uno de los que sintió un escalofrío al solo mencionar el nombre de "Nahuala". Su hermano mayor, Santiago, lo deleitaba con historias de la Nahuala, una malvada hechicera que, según decían, habitaba la Casona, una finca otrora grandiosa en las afueras de la ciudad. Según la leyenda, Nahuala era un espíritu maléfico que había sido despertado por las acciones descuidadas y arrogantes de un grupo de habitantes del pueblo que se habían burlado de ella. Buscando venganza, Nahuala maldijo la Casona, infundiéndole su energía oscura y malévola. A partir de ese día, extraños y aterradores sucesos comenzaron a plagar el pueblo, como si la estructura misma de la realidad hubiera sido desgarrada por el espíritu vengativo de Nahuala. Para Leo, las historias de Nando eran un recordatorio constante de los horrores que acechaban en las sombras, justo fuera de la vista. Su imaginación se desbordaba con visiones de la Nahuala, sus dedos huesudos aferrando a los vivos, sus ojos brillando con una inteligencia feroz y de otro mundo. Aunque sus padres y su hermano le aseguraban que las historias eran mera fantasía, Leo sabía que la Nahuala era demasiado real. Una fatídica tarde, mientras el sol se hundía bajo el horizonte, Leo y su hermano se encontraron deambulando por los pasillos derruidos de la Casona. El aire estaba cargado con el olor a descomposición y muerte, y el silencio era opresivo, puntuado solo por el crujido de las viejas tablas del suelo bajo sus pies. Santiago, siempre el showman, retó a Leo a explorar las profundidades de la Casona, prometiéndole que demostraría que la existencia de la Nahuala no era más que un mito. Leo, siempre el escéptico, vaciló, pero las burlas y provocaciones de su hermano acabaron por arrastrarlo a lo más profundo de la finca abandonada. A medida que se aventuraban más en la oscuridad, las sombras parecían alargarse y volverse más amenazantes, como si las mismas paredes de la Casona estuvieran vivas y observándolos. De repente, una puerta se cerró de golpe tras ellos, atrapándolos en las profundidades del edificio. La oscuridad era absoluta, puntuada solo por el tenue brillo de una linterna que Santiago había encendido. Mientras buscaban frenéticamente una salida, el aire comenzó a vibrar con una energía de otro mundo. Las paredes empezaron a temblar y a vibrar, y el sonido de susurros parecía emanar de todas las direcciones, resonando por los pasillos como una vorágine de voces fantasmales. Leo, con el corazón latiendo con fuerza por el miedo, se aferró al brazo de su hermano, sabiendo que no era rival para el mal que acechaba más allá del velo de la realidad. Pero Santiago, siempre el valiente, se irguió, con los ojos encendidos con una feroz determinación. Juntos, se enfrentaron a la oscuridad, negándose a retroceder ante lo desconocido. Mientras recorrían los sinuosos pasillos y las cámaras mohosas, se toparon con antiguos artefactos y reliquias que insinuaban una historia oscura y retorcida. Estaba claro que Nahuala había dejado su huella en la Casona, infundiéndole su energía malévola. Pero lo que la leyenda no mencionaba era el verdadero alcance de su poder: la capacidad de manipular el tejido mismo de la realidad. La presencia de la Nahuala se hizo más fuerte con cada paso, hasta el punto de que parecía que el aire mismo estaba vivo con su energía oscura y retorcida. Los susurros se hicieron más fuertes, la puerta crujió y gimió, y las sombras parecieron retorcerse y girar a su alrededor como serpientes vivientes. Leo y Santiago sabían que tenían que escapar, pero cada puerta que abrían conducía solo a más pasillos y más terrores. En un intento desesperado por liberarse de las garras de la Casona, Leonardo y su hermano recurrieron a los antiguos artefactos, buscando una pista para desentrañar los secretos de la maldición de la Nahuala. A medida que descifraban símbolos antiguos y desentrañaban los misterios del oscuro pasado de la Casona, empezaron a darse cuenta de que el poder de la Nahuala no era solo producto de su brujería, sino una manifestación de la culpa y el miedo colectivos del pueblo. Al final, no fue la Nahuala lo que demostró ser el mayor horror, sino la oscuridad que acechaba en los corazones de los habitantes del pueblo. Cuando Leo y Santiago finalmente lograron escapar de las garras de la Casona, sabían que la leyenda de la Nahuala nunca sería olvidada, una historia con moraleja sobre los peligros de la ambición desenfrenada y las consecuencias de nuestros miedos más oscuros.

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Reseñas