Bebés sin Manual

Trama
Leo estaba de pie en el muelle de madera desgastada del pequeño pueblo costero de las Islas Canarias, mirando hacia el océano turquesa. Observaba a un grupo de niños chapoteando y riendo alegremente en las olas. Su alegría era contagiosa, y por un momento, hizo que Leo sintiera una punzada de nostalgia y anhelo. Pero se sacudió la sensación, volviendo a su naturaleza despreocupada, y comenzó a escanear el muelle en busca de cualquier señal de actividad. Sus días estaban llenos de ocio y sus noches de juerga. A menudo se le veía bailando en las tabernas locales, con los ojos buscando en la sala a su próxima conquista. Su vida amorosa era una puerta giratoria, y él era el rey de este pequeño y encantador pueblo. La gente lo conocía como "El Espíritu Libre", un término que le venía como anillo al dedo. Leo vivía exactamente como quería, hasta una fatídica noche. Salió de un bar abarrotado, sintiéndose demasiado familiar con la camarera, y se dirigió a la orilla. Era una cálida noche de verano y la luna brillaba con fuerza, proyectando un brillo plateado sobre el mar. Mientras disfrutaba del ambiente tranquilo, notó una figura a lo lejos. Era una mujer que había visto por ahí, pero no podía ubicarla del todo. Caminaba hacia él, con una mirada de determinación grabada en su rostro. A medida que se acercaba, Leo se dio cuenta de que era Julia, una ex amante de hacía unos años. Habían tenido una relación apasionada que había terminado tan rápido como había comenzado. Julia tenía una vena salvaje, y Leo había quedado atrapado en su torbellino de emociones. Se habían separado en buenos términos, pero habían perdido el contacto después de su partida. Julia se plantó frente a él, con su largo cabello ondeando en la brisa marina. "Leo", dijo, con los ojos fijos en los suyos. Había una mezcla de tristeza y determinación en su mirada. "He vuelto", continuó, "y tengo una sorpresa para ti". Leo se puso inmediatamente en guardia, sintiendo que algo andaba mal. Pero las palabras de Julia fueron interrumpidas por un pequeño llanto, seguido de la aparición de un bebé. Julia sostenía al bebé, de unos meses de edad, en sus brazos, y miró a Leo con lágrimas en los ojos. "Es él", dijo suavemente, dando un paso más cerca de Leo. "Nuestro hijo". La noticia golpeó a Leo como una tonelada de ladrillos. Esperaba muchas cosas de Julia, pero ¿un niño? Eso era completamente inesperado. Sintió que su mundo daba vueltas, mientras se hundía en la realidad. Iba a ser padre. Unas horas más tarde, Julia había desaparecido tan repentinamente como había aparecido. Había dejado al bebé en los brazos de Leo, junto con una nota que decía: "Para Leo, cuídalo y no dejes que crezca como yo". La nota era críptica, pero el mensaje era claro. Julia había abandonado al niño, dejando a Leo para que asumiera las responsabilidades de la paternidad. Al principio, Leo estaba en estado de shock y no sabía cómo reaccionar. Era soltero y vivía la vida a su manera. La idea de estar atado a un niño era insoportable. Pero mientras miraba hacia abajo al pequeño rostro inocente frente a él, algo dentro de él cambió. Vio la pequeña nariz del bebé, el brillo en sus ojos, y supo que no podía darle la espalda. El peso de la responsabilidad era aplastante, pero Leo estaba decidido a estar a la altura de las circunstancias. Empezó a leer libros sobre el cuidado de niños, a ver vídeos de YouTube y a asistir a clases de crianza de los hijos en la ciudad. Los lugareños, que lo conocían como un soltero despreocupado, se sorprendieron al verlo transformarse en un padre devoto. A medida que pasaban los meses, Leo se fue adaptando a su nuevo papel. Descubrió una faceta de sí mismo que nunca supo que existía. Era paciente, amable y cariñoso. El niño, al que llamó Mateo en honor a su propio padre, creció y prosperó bajo su cuidado. Y aunque Leo a menudo sentía que esto le quedaba grande, no cambiaría la experiencia por nada del mundo. De hecho, el niño le aportó un nuevo sentido a la vida de Leo. Empezó a desempeñar un papel más activo en la comunidad, haciendo voluntariado en organizaciones benéficas locales y participando en eventos de la ciudad. Su naturaleza despreocupada aún perduraba, pero se vio atenuada por un nuevo sentido de la responsabilidad. Y cuando los lugareños se quedaban mirando al improbable dúo -el surfista robusto y barbudo y su pequeño hijo de pelo rubio- sonreían, sabiendo que esta pequeña familia era una fuerza a tener en cuenta.
Reseñas
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