Frankenstein de Mary Shelley

Trama
A principios del siglo XIX, en medio del paisaje gótico de la campiña europea, un joven científico brillante y ambicioso llamado Victor Frankenstein habitaba en medio de la tragedia. El recuerdo de la muerte prematura de su amada madre, que sucumbió a la muerte durante el parto, pesaba mucho en el corazón de Frankenstein, impulsándole a dedicar su vida a desentrañar los misterios de la vida y la muerte. Su objetivo final era desafiar el inevitable destino que se cobraba tantas vidas, insuflar vida a lo inanimado y resucitar a aquellos que habían pasado al más allá. La implacable pasión de Frankenstein por su búsqueda le llevó a la estimada Universidad de Ingolstadt, donde profundizó en el mundo de la alquimia y las artes de la reanimación. Estudió antiguos textos, examinó teorías científicas y experimentó con diversos brebajes, convencido de que la clave para desentrañar los secretos de la vida y la muerte se ocultaba en el reino de lo desconocido. Su inquebrantable dedicación le valió el reconocimiento de sus compañeros, que se maravillaron de la amplitud de sus conocimientos y la brillantez de sus teorías. Sin embargo, la búsqueda de conocimiento de Frankenstein tuvo un alto precio. Su fijación por la reanimación le llevó a aislarse cada vez más de sus amigos y familiares, que se preocuparon por su comportamiento errático y los impíos experimentos que estaba llevando a cabo en su laboratorio. Su padre, un hombre de medios modestos y un profundo amor por su hijo, intentó intervenir, pero la resolución de Frankenstein permaneció inquebrantable. A medida que los días se convertían en semanas, y las semanas en meses, las creaciones de Frankenstein comenzaron a tomar forma. Ensambló un grotesco ser a partir de varios cadáveres que había recogido del cementerio local, utilizando una combinación de alquimia y ciencia para insuflar vida a la forma sin vida. El monstruo medía al menos dos metros y medio de altura, su cuerpo era un mosaico de miembros dispares, cosidos con puntos y alambre. Sus ojos brillaban con una intensidad antinatural, un testimonio de la chispa de vida que ahora palpitaba a través de sus venas. En aquella fatídica noche, cuando la luna colgaba baja en el cielo y el viento aullaba por las desiertas calles de Ingolstadt, Frankenstein logró dar vida a la criatura. El aire era eléctrico con anticipación mientras el científico permanecía congelado, paralizado por el asombro y el terror, mientras la criatura cobraba vida en medio del hedor a muerte y descomposición. En los primeros momentos de su existencia, la criatura demostró ser inteligente, elocuente y sorprendentemente entrañable. Hablaba con una voz profunda y retumbante, sus palabras goteaban ingenuidad y confusión. Frankenstein, que hasta ese momento había considerado a la criatura como una creación sin alma ni conciencia, comenzó a experimentar una punzada de culpa y remordimiento por el ser que había traído al mundo. Se dio cuenta, demasiado tarde, de que la criatura que había creado no era un monstruo, sino un ser frágil capaz de amar, sentir dolor y sufrir. Sin embargo, la inocencia de la criatura duró poco. A medida que comenzó a navegar por las complejidades del mundo que le rodeaba, rápidamente quedó claro que nunca sería aceptado por la sociedad. La gente retrocedía horrorizada ante la visión de la criatura, considerándola una abominación y una amenaza para su propia existencia. La criatura, a su vez, comenzó a buscar venganza contra su creador, a quien responsabilizaba de su difícil situación. La vida de Frankenstein comenzó a desmoronarse a medida que la criatura ejercía una terrible venganza sobre sus seres queridos. Su hermano menor, William, fue la primera víctima de la ira de la criatura, brutalmente asesinado en un ataque de rabia. El horror y la desesperación de Frankenstein alcanzaron nuevas profundidades al darse cuenta de que su creación era capaz de tal depravación. El rastro de muerte y destrucción continuó mientras la criatura causaba estragos en el mundo de Frankenstein. Su mejor amigo, Henry Clerval, fue asesinado a manos del monstruo, y su futura esposa, Elizabeth, fue brutalmente asesinada en su noche de bodas por la criatura, que había accedido a su alcoba. Tras estas tragedias, Frankenstein se sintió consumido por un sentimiento de remordimiento y culpa. Se dio cuenta de que su búsqueda del conocimiento había desatado un terror sobre el mundo, y de que su creación era ahora una fuerza a tener en cuenta. Su mente, antes brillante, estaba ahora hundida en la oscuridad y la desesperación, atormentada por los recuerdos de los seres queridos que había perdido a causa de la ira de la criatura. A medida que la criatura continuaba causando estragos en el mundo, Frankenstein se resolvió en su determinación de destruirla. Persiguió a la criatura hasta el Ártico, donde había estado viviendo en el exilio, alimentando su propia desesperación y soledad. La confrontación final entre creador y creación fue un espectáculo conmovedor e inquietante, un testimonio de las devastadoras consecuencias de la arrogancia y la ambición de Frankenstein. Al final, la búsqueda de conocimiento de Frankenstein le había conducido por un camino de destrucción y caos, dejando a su paso un rastro de muerte y desamor. La criatura, mientras tanto, se había convertido en un símbolo de los aspectos más oscuros de la naturaleza humana, un monstruo que acechaba en las sombras, esperando a su próxima víctima. La historia de Victor Frankenstein y su creación sirvió como un cuento con moraleja, recordándonos que la búsqueda del conocimiento y el poder debe ser templada por la compasión, la empatía y un profundo respeto por los misterios de la vida y la muerte.
Reseñas
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