Radio Mortal

Radio Mortal

Trama

El desolado paisaje ante los ojos de Liam parecía extenderse hasta el infinito: un mundo postapocalíptico, inquietante y desprovisto de vida. Mientras emergía lentamente de los restos del naufragio, un dolor agudo le palpitaba en la cabeza y sus recuerdos permanecían envueltos en una niebla impenetrable. El pánico se apoderó de su pecho mientras se ponía de pie a duras penas, tropezando entre los escombros. El sol abrasador caía a plomo, haciendo que cada paso se sintiera como una eternidad. Liam dio sus primeros pasos vacilantes y sus piernas se doblaron bajo él. Se desplomó sobre el asfalto agrietado, con la vista borrosa. No tenía idea de quién era, dónde estaba o cómo había terminado allí. El pánico se transformó en desesperación mientras buscaba frenéticamente en su mente cualquier atisbo de reconocimiento, pero cada intento de recordar no conducía a nada más que a una tabula rasa. Reuniendo hasta el último ápice de determinación que poseía, Liam se levantó, contemplando su entorno. La que otrora fuera una próspera ciudad yacía en ruinas: edificios reducidos a escombros, coches convertidos en retorcidas esculturas de metal y un silencio fantasmal que pendía en el aire como una entidad malévola. El primer instinto de Liam fue explorar el paisaje circundante, con la esperanza de encontrar alguna señal de vida o una posible explicación de la desolación. Se abrió paso con cautela por las calles, asimilando la lúgubre realidad que lo recibía a cada paso. Mirara donde mirase, había cuerpos: boca abajo, desplomados o extendidos por el pavimento. Sus ojos escudriñaban los rostros, tratando de encontrar algo familiar, pero todos parecían pertenecer a extraños. Sin embargo, un rasgo llamativo llamó la atención de Liam: todas las personas muertas parecían tener una cualidad inquietante y uniforme en su aspecto. Cada cuerpo tenía una palidez antinatural en la piel, como si la propia muerte hubiera drenado el color de sus rostros. Pero lo que le pareció aún más escalofriante fue la mirada en sus ojos: pálida, vacía e inquietantemente uniforme, como si a todos les hubieran quitado la chispa vital de la vida. Inicialmente, Liam pensó que un virus podría ser la causa de este sombrío espectáculo. Asumió que se trataba de algún tipo de patógeno transmitido por el aire que mataba indiscriminadamente, sin dejar supervivientes. Pero cuanto más buscaba, más se convencía de que había algo más siniestro en juego. Comenzó como una molesta curiosidad que no le dejaba en paz: una serie de incidentes en los que Liam parecía estar muy cerca de los cadáveres. Era como si se sintiera atraído por ellos, o quizá la presencia misma de la muerte pareciera sentirse atraída por él. No podía librarse de la sensación de que existía una conexión entre él y las personas cuyas vidas se habían extinguido tan brutalmente. Uno de estos incidentes tuvo lugar en un callejón poco iluminado detrás de una tienda de comestibles. Liam se había topado con un grupo de cuerpos, como antes: de ojos pálidos, sin vida e inmóviles. Mientras se acercaba con cautela, una creciente sensación de pavor se extendió por su pecho. Estaba a punto de darse la vuelta y marcharse cuando, de repente, uno de los cuerpos se crispó, lo justo para helarle la sangre a Liam. En un instante, los otros cuerpos empezaron a moverse, no del todo vivos, pero desde luego no con la quietud de la muerte. Se tambalearon, sufrieron espasmos y luego se pusieron rígidos en posturas inmóviles una vez más. El pánico invadió a Liam al darse cuenta de la verdad: cualquiera que se acercara a menos de 15 metros de él moría al instante. Este terrible conocimiento golpeó a Liam como un golpe físico, dejándolo tambaleándose. La revelación de que él era de alguna manera responsable de la muerte de estas personas -y probablemente de muchas más- fue devastadora. ¿Qué era él? ¿Un recipiente para algún tipo de contagio letal? ¿Cómo funcionaba? Y, sobre todo, ¿qué había más allá de la periferia de su dominio mortal? Cuanto más reflexionaba sobre estas preguntas, más traicionero parecía el paisaje que le rodeaba. Liam se dio cuenta de que tenía que estar muy atento ahora, no solo buscando otros supervivientes, sino tratando de comprender la verdadera naturaleza de su aflicción. Cada respiración que daba lo acercaba al borde del peligro, y sabía que un solo paso en falso podía resultar en una catástrofe. La desesperada búsqueda de respuestas de Liam estaba en marcha, una figura solitaria que caminaba en un mundo desolado con un terrible secreto pendiendo sobre su cabeza como la espada de Damocles. Las probabilidades estaban en su contra: podría haberse convertido en un espectro mortal en un mundo desolado, pero no tenía otra opción que desafiar lo desconocido en un intento de recuperar su pasado y su humanidad.

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